Durante este Año Ignaciano, publicamos una serie de homilías que el P. General Kolvenbach pronunció en las fiestas de San Ignacio. En esta homilía, el P. Kolvenbach habla del San Ignacio como hombre ‘de’ y ‘para’ la Iglesia.
Iglesia de Jesús, Roma, 31 de julio de 1986
La liturgia de esta tarde en honor de San Ignacio nos recuerda que el Señor ha hecho surgir a Ignacio en la Iglesia y para la Iglesia: Ignacio, hombre de Iglesia y para la Iglesia. Su amor al Señor crucificado y resucitado se expresaba en su amor a la Iglesia. Si bien eran muy patentes a los ojos de Ignacio las debilidades y grietas de la Iglesia de su tiempo, nada podía separar a Ignacio del amor que el mismo Cristo manifiesta por su Iglesia, el amor del esposo a la esposa, según dice San Pablo. ¿Cómo podría ser auténtico amor a Cristo si no incluyera el amor de Cristo a su Iglesia? Según el ejemplo de Ignacio, hombre de Iglesia, se condena la actitud «Cristo sí, Iglesia no». Y para que sea evidente que no habla de una Iglesia soñada o de una Iglesia ideal, sino de la Iglesia en su realidad concreta de hombres fuertes y débiles, de santos y pecadores, Ignacio expresa su devoción amorosa a la Iglesia a través de su «romanidad», subrayando incisivamente que el misterio de la encarnación del Hijo, la obra de salvación del Padre, continúan bajo el Espíritu en la Iglesia visible de Pedro.
La fe de Ignacio proclama la humanidad del Verbo de Dios y afirma la dimensión divina de su Iglesia pecadora. Y en el centro de esta realidad divino-humana que es la Iglesia, se encuentra para siempre el misterio de Pedro, de quien el Evangelio nos revela que es un hombre pecador que ha sido llamado a confirmar a sus hermanos para ser la piedra de la Iglesia. Con toda la contingencia de su historia, Roma es expresión y signo privilegiado del misterio de la Iglesia encarnada.
Ignacio padeció por parte de los hombres de la Iglesia y de la Inquisición y, en los umbrales de la Contrarreforma estaba convencido de la necesidad de conversión de muchas instituciones eclesiásticas de su tiempo; sin embargo, en su fe y amor a Cristo, acoge a su Iglesia como la ha querido el Verbo de Dios. Una Iglesia humana tal y como es, no tanto porque por fuerza de las cosas está inevitablemente formada por seres humanos y pecadores, sino porque su Esposo la ama así, la quiere así, transfigurando nuestras realidades humanas en camino hacia el Reino que la Iglesia comienza ya hoy. Es el significado de la expresión amada por el Papa cuando desde el comienzo de su pontificado, presenta al hombre concreto como vía, camino de la Iglesia.
En el último período de su vida, ya no peregrino incansable sino establemente «romano», Ignacio se dedica a la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús. Se ha hecho más hondo el amor a la Iglesia de Ignacio, hombre de Iglesia. Sigue siendo apóstol aguerrido y emprendedor, pero también mesurado e iluminado. Ya no usa sólo la riqueza paulina de las metáforas militares de los Ejercicios; no sólo «alistarse en la milicia», «conquistar», «luchar bajo la bandera de Cristo» por la Iglesia reino de la luz, contra las tinieblas. Ahora Ignacio habla de trabajar en la vasta viña del Señor para ayudar a las almas, servirlas, edificarlas. Ignacio ha plantado, ha regado el campo de Dios que es su Iglesia; pero Dios Padre es el viñador que hace crecer la santa viña de Cristo Nuestro Señor. Para suscitar este amor paciente a la Iglesia en un obrero de esta vastísima viña de Cristo, Ignacio nos la presenta frecuentemente como Madre, «la santa Madre Iglesia». A la Iglesia se la llama madre nuestra, porque es verdadera esposa de Cristo. Unicamente en la medida en que cada uno ama a la Iglesia como Madre, en la misma medida posee el Espíritu del Señor. Por tanto, sentir con la Iglesia significa no sólo conocer y apreciar a la Iglesia porque en el mundo de hoy defiende los derechos del hombre, la paz y la justicia, la vida y el amor. Para Ignacio sentir con la Iglesia quiere decir crecer incesantemente en el amor a la Santa Madre Iglesia, descubrir en su rostro terrestre y humano el misterio divino que contiene y que del mismo Cristo se atrae el amor.
En el trasfondo de sus reglas para sentir con la Iglesia está la convicción de Ignacio, hombre de Iglesia, de que poner en cuestión la visibilidad concreta de la Iglesia y de Pedro en el corazón de esta Iglesia, en sustancia es poner en cuestión el misterio de la encarnación, el misterio del Verbo que habita entre nosotros. En este sentido, que es a la vez de fe y amor, Ignacio osa pedirnos en esta Eucaristía más que una mera simpatía por la Iglesia, más que una relación de servicio al Vicario de Cristo en la tierra; se atreve a pedirnos la entrega eucarística de toda la persona a la obra de salvación que Dios prosigue en nosotros en la visibilidad de la Iglesia, en la visibilidad de Pedro y de sus sucesores, de todo el pueblo de Dios.
Mucho deseo que San Ignacio nos ilumine para que cumplamos hoy con creciente ímpetu y creatividad su misión de sentir con la Iglesia; vocación que esta tarde pedimos con Ignacio, hombre de Iglesia, que brote cada vez más del fondo de nuestra persona, el «Sume et suscipe», expresión del amor apasionado de nuestro santo padre Ignacio a Cristo y a la Iglesia, su Esposa.
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