Durante este Año Ignaciano, publicamos una serie de homilías que el P. General Kolvenbach pronunció en las fiestas de San Ignacio. En esta homilía, el P. Kolvenbach se centra en el amor personal a Cristo.
Iglesia de San Ignacio, Roma, 31 de julio de 1997
En este primer año de preparación al Año Santo, la Iglesia intensifica su devoción a la persona de Cristo, Verbo de Dios, Hijo del hombre. Por ello, es totalmente natural interrogar al Santo que hemos venido a celebrar, San Ignacio, sobre su amor personal a Cristo.
La persona de Jesús es tan rica e inagotable que incluso los santos sólo pueden captar un rasgo, una característica para vivirla luego hasta el fondo. De tal modo que Cristo en oración conmovió a San Benito y Cristo pobre fascinó a San Francisco de Asís. Lo que impresionó a Ignacio en la figura de su Señor fue su misión. Sobre todo vio Ignacio a Cristo corriendo de un lugar a otro, de ciudad en ciudad, de aldea en aldea para cumplir la misión de anunciar la Buena Nueva. Nunca oculta Jesús que El es un mandado, un enviado en misión. Ignacio ve a Jesús como rey elegido por Dios, revestido de toda la autoridad de su Padre para rescatar al mundo de una muerte cierta y devolverlo a la gloria, al gozo del que es origen y fin de todos y de todo.
Enviado en misión entre los hombres, Jesús no conoce otro sentido para su vida sino el puro servicio de Quien lo envía. Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre. Estupefacto ve Ignacio que este Rey enviado en misión se transfigura en misionero, en sencillo rabí ambulante y mendicante, que no impone su mensaje con la fuerza real o con potencia … Es un Jesús misionero que va al encuentro de la gente para ayudarla a descubrir el amor de su Padre y el mandamiento nuevo. Se encontrará más a gusto entre los que sufren, a fin de sacarlos de una miseria que jamás quiso su Padre. Para San Ignacio, los hechos y gestos, las palabras y oraciones de este Jesús misionero no han quedado relegadas a un pasado lejano. Gracias a su imaginación orante, Ignacio daba vida a todas las palabras y acciones de Jesús para contemplarlo y conocer así más íntimamente a Jesús en su misión.
Ignacio no oculta que le conmueve la profunda decisión de Jesús de cumplir su misión con un corazón pobre; y cómo se esconde la divinidad, es decir, cómo podría destruir a sus enemigos y no consentir que la divinidad sufra tan cruelmente. Ignacio descubre que, resucitado de la muerte en cruz, el Señor continúa su misión entre nosotros; observa el ministerio de consolador que el Señor ejerce, a la manera con que los amigos suelen consolarse unos a otros. Viviendo entre nosotros, sigue consolándonos y proponiéndonos su camino pascual, su Buena Nueva, El mismo, a fin de que entremos con El en la gloria de su Padre.
Y, en fin, Ignacio se ha conmocionado sorprendiendo a Jesús en misión como el que envía en misión, como quien para cumplir su misión quiere necesitar nuestras manos. El Señor sigue llamando a hombres y mujeres para que descubran la riqueza y consolación de estar con Cristo, de transformarse por Cristo. Ignacio no tiene otro deseo sino ser colocado al lado del Hijo de Dios para ser enviado en misión. A las puertas de Roma, en un lugar que todavía hoy se llama La Storta, el Padre coloca a Ignacio junto a su Hijo llevando la cruz, para proseguir su misión en el mundo. También hoy los compañeros de Jesús se reconocen hombres débiles y pecadores, pero siguen atrapados por la misión de anunciar la Buena Noticia con modos muy diversos, sobre todo en medio de la indiferencia hostil y de la miseria injusta, como hizo, El primero, El que los envía.
Por intercesión de San Ignacio misionero, la participación esta tarde en el Cuerpo y la Sangre de Cristo transfigure nuestra vida sacerdotal, religiosa o laica en la misión, en la nueva evangelización donde el Señor nos ha colocado junto a su Hijo para mayor gloria de Dios.
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