María, “Ina” nuestra, acompáñanos durante el Año Ignaciano en el camino hacia tu Hijo
El Provincial de la Provincia de Filipinas, P. Primitivo Viray Jr., S.J. comparte con nosotros sus reflexiones sobre la importancia de María para San Ignacio y para él mismo, en este Año Ignaciano. Este artículo fue publicado antes en el sitio de la JCAP: enlace.
En la ciudad de Naga, situada a 384 kilómetros al sureste de Manila, se encuentra la hermosa imagen de Nuestra Señora de Peñafrancia. Los habitantes de Naga y de toda la región de Bicol sienten una gran devoción por esta imagen de la Virgen. Los bicolanos se refieren a ella como “Ina” o Madre con mucho amor y devoción. Su fiesta se celebra el tercer domingo de septiembre. Decenas de miles de peregrinos acuden a Naga en una demostración de profunda devoción a Ina.
A comienzos del año 2011, me enviaron a la Universidad “Ateneo de Naga” e inmediatamente me sentí atraído por Ina. Durante ese tiempo, a mi madre le diagnosticaron un cáncer avanzado. Le daban menos de un año de vida. Le sugerí que pidiéramos al Señor, por intercesión de Ina, que, si era su voluntad, se le concediera la curación y una vida más larga. Mi madre estuvo de acuerdo y empezamos a rezar fervientemente al Señor por medio de Ina.
Resumo brevemente un hecho: Antes de fines del año 2011 mi madre se sometió a una exploración médica para comprobar la extensión del cáncer que padecía. Para nuestra gran sorpresa y alegría, el médico de cabecera nos informó de que no encontraba ni rastro del cáncer. ¡Había sido un milagro! Con todo, nos advirtió que el cáncer podía volver a aparecer. Gracias a la bondad del Señor y a la intercesión de Ina, mi madre vivió todavía cuatro años.
Gracias a esta prodigiosa curación por intercesión de la Virgen, mi devoción personal se vio fortalecida. A mi entrada a la Compañía de Jesús le tenía aún poca devoción. De niño rezaba el rosario, pero nunca había sentido una unión extraordinaria con Ella. En la Compañía, empecé a apreciar poco a poco el papel tan importante que había desempeñado tanto en la vida de Ignacio como en el de todo el cuerpo de la Compañía. Ya en el noviciado, observé hasta qué punto había sido clave para el crecimiento de Ignacio en amistad para con el Señor Jesús. Vi que, en los Ejercicios Espirituales, Ignacio invita a los ejercitantes a entablar siempre un diálogo con María, rogándole que le acerque a su Hijo Jesús.
La profunda devoción a la Virgen que tuvo Ignacio es algo evidente, ya desde su juventud hasta los años de su peregrinar, cuando iba poniendo los cimientos de la Compañía de Jesús. En la capilla de la casa-torre de Loyola permanece todavía el cuadro de la Anunciación ante la que Ignacio, siendo niño, pudo contemplar por primera vez una imagen de la Virgen María. Mientras se recuperaba de la herida que una bala de cañón le había causado cuando luchaba en Pamplona, tuvo lugar la experiencia en la que Ignacio vio a la Virgen con el santo Niño Jesús. En este encuentro recibió el extraordinario consuelo de que “nunca más tuvo ni un mínimo consenso en cosas de carne”.
Recuperado de su enfermedad, en el camino hacia Manresa, pasa toda una noche en el santuario de Nuestra Señora de Montserrat. La víspera de la fiesta de la Anunciación deja allí su espada y su puñal como ofrenda a la Virgen y a su Hijo Jesús. A partir de entonces, Ignacio se transformaría de soldado terrenal en soldado de Cristo.
Más adelante, a lo largo de su vida de peregrino, Ignacio siguió confiando en la Virgen, en su intercesión y en su guía. Una vez ordenado sacerdote, pospone la celebración de la misa durante todo un año, encomendándose siempre a la Virgen para que lo pusiera con su Hijo. Y no mucho después, Ignacio tiene la experiencia de ver claramente a Dios Padre que lo ponía con Jesús, como compañero suyo.
En este quinto centenario de la conversión de Ignacio, estamos invitados a pedir aquella gracia que tuvo Ignacio, de ver todas las cosas nuevas en Cristo. Sería excelente que siguiéramos su ejemplo y nos acercásemos a la Virgen, para pedirle que interceda por nosotros ante su Hijo. Como muestras las experiencias que vivió Ignacio, el único deseo de María era acercar a Ignacio a su Hijo Jesús.
Desde la Sagrada Escritura, se nos invita a prestar atención a lo que María dice a los criados en las bodas de Caná cuando vio que se acababa el vino: “Haced lo que él os diga” (Juan 2, 5). Al celebrar el Año Ignaciano, roguemos humildemente a María, nuestra Señora, nuestra Ina, que pida siempre por nosotros y nos acompañe hasta su Hijo amado, de modo que, puestos con Jesús, empecemos a ver todas las cosas nuevas en Él. Incluso en medio de la dura realidad de dolor y sufrimiento que ha traído consigo la pandemia, y las crecientes desigualdades sociales, económicas y políticas, un renovado modo de ver en Cristo puede traernos la esperanza y el coraje que necesitamos para afrontar tantos desafíos. Reforzados con estas gracias, podemos sentirnos movidos a compartir los sufrimientos de los más afectados: los enfermos, los moribundos, los hambrientos, los desempleados y los oprimidos y víctimas de la injusticia.
María, Nuestra Señora de Peñafrancia, ruega por nosotros. Amén. +AMDG+