Durante este Año Ignaciano, publicamos una serie de homilías que el P. General Kolvenbach pronunció en las fiestas de San Ignacio. En esta homilía, el P. Kolvenbach habla de San Ignacio como maestro de vida en el Espíritu.
Iglesia de Jesús, Roma 31 de julio de 1994
Antes de nada quisiera daros las gracias por vuestra dinámica presencia en esta Eucaristía en honor de San Ignacio, en la iglesia que lleva su nombre.
¿Cómo presentar esta tarde a Ignacio? ¿Cómo hombre de Iglesia? ¿Cómo autor de los Ejercicios? ¿Cómo iniciador de la vida religiosa apostólica? Contentémonos hoy con contemplarlo como maestro de la vida espiritual.
Para Ignacio, la vida espiritual no estaba marcada sólo por horas de oración o por momentos de familiaridad con Dios. Su conversión consistirá en el descubrimiento de que la vida espiritual es la vida en el Espíritu que actúa en el corazón de los que se abren a él. En su aventura espiritual, el Espíritu descabaló las certezas de Ignacio militar y militante, el Espíritu trastrocó sus perspectivas más sanas: su ideal de peregrino carismático, su proyecto apostólico de trabajar en Tierra Santa; y muchas otras ideas serán radicalmente descartadas por el Espíritu del Señor. Con sorpresa suya, el Espíritu lo lanza por el camino de los estudios y del sacerdocio, por la ruta de fundar una familia religiosa bajo el nombre de Jesús y de otras muchas iniciativas pastorales que Ignacio jamás había soñado.
Aventurero del Espíritu, Ignacio ya no conoce otra pasión que la de abrirse a Quien le hace vivir de Cristo, ni otro temor que el de cerrarse a Quien nos empuja a reconocer la verdad dondequiera se halle, la verdad del hombre pecador, la verdad de Dios amor. Ignacio hizo la experiencia de quien ya no tiene miedo a la verdad. Es el Espíritu de Verdad quien de repente pone en evidencia una vida que no parece merecer reprensión, como vida, dice Ignacio, «pobre en amor». Es el Espíritu de Verdad que, de golpe, transforma una palabra de la Escritura, una palabra de la oración repetida muchas veces, un hecho banal, en una llamada personal a seguir a Jesús llevando la cruz de su vida. Es el Espíritu de Verdad quien responde a nuestra más diminuta apertura a su acción gratuita, cambiando nuestros corazones de piedra en corazones de carne, insinuándose en nuestras grandes proyecciones y en todos nuestros comportamientos, que dejan de parecer insignificantes para transformarse en otras tantas ocasiones de imprimir las elecciones de Jesús en nuestra vida de todos los días.
Por todas estas razones quería Ignacio que todo cristiano, y especialmente un compañero de Jesús, fuese una persona «agitada», comprometida en una verdadera aventura espiritual. Por las mismas razones el discernimiento de este Espíritu de Jesús, de este Espíritu de Verdad pasaba a ser para Ignacio el modo concreto de adorar, alabar y servir a Dios, pidiendo sin cesar «que tu Espíritu me ilumine para conocer tu voluntad». Discernir, discernimiento han pasado a ser palabras modernas que empleamos con facilidad como si se tratase de un método para llegar a decisiones justas o de un medio práctico para salir de una situación delicada y penosa. Como maestro espiritual, en la preparación, desarrollo y confirmación de un discernimiento Ignacio se esfuerza por dar siempre la primacía a la irrupción del Espíritu de amor, del Espíritu de Verdad, el único que puede guiarnos a la verdad plena, que es Jesús. Aún sin quererlo, nuestra vida será siempre una opción: por la vida verdadera cuando el Espíritu, que es Vida, la guíe a fin de que nuestras decisiones sean las decisiones de Jesús, sin lo cual – lo dice el Evangelio de esta tarde – perderemos la vida (cf. Lc 9,24). No es de extrañar que a Ignacio le gustase hacer sus elecciones en la celebración de la Eucaristía, ya que precisamente por la fuerza del Espíritu la opción de Dios, el cuerpo entregado y la sangre derramada de su Hijo se adueñan del pan y del vino de nuestras elecciones espirituales, guiadas por el mismo Espíritu. Que Ignacio, maestro de vida espiritual, nos acompañe en esta aventura movida por el Espíritu de Verdad, el Espíritu de Jesús.
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