En misión con el Hijo

30 mayo 2022Homilía Kolvenbach

Durante este Año Ignaciano, publicamos una serie de homilías que el P. General Kolvenbach pronunció en las fiestas de San Ignacio. En esta homilía, el P. Kolvenbach habla de la misión con el Hijo.

Iglesia de Jesús, Roma, 31 de julio de 2001

Celebrando con vosotros por primera vez la fiesta de San Ignacio en este nuevo milenio, nos resuena en los oídos lo que Juan Pablo TI no cesa de pedirnos: partir de nuevo de Cristo y «duc in altum», que traducen el deseo de Cristo de ver que sus discípulos cansados y desanimados, llevan la barca a donde el agua es profunda e insegura y echan las redes para pescar (cf. Le 5,4). Basta mirar la estatua de San Ignacio de esta iglesia de Jesús: no se trata de un peregrino penitente, no es el maestro de la vida consagrada, no; es un hombre de Iglesia, un ministro de la verdadera esposa de Cristo Nuestro Señor (Ej. Esp., 353) que en nombre de este Señor envía en misión por el mundo para encender el fuego que Cristo vino a traer a la tierra (cf. Le 12,49). Sabía Ignacio que para cumplir esta misión era necesario seguir a Jesús, comenzar una y otra vez de El para anunciar aquí y ahora la Buena Noticia de la salvación.

El Evangelio de esta tarde ilumina un momento importante de este seguimiento de Cristo. Dos discípulos quieren ir en pos de Jesús. El primero cree que en Jesús y su Iglesia ha encontrado una casa segura y una familia sólida, una vida no confortable quizá pero al menos duradera, un camino no siempre cómodo pero por lo menos tranquilo. Pero con Jesús es necesario estar comenzando siempre; no es cuestión de seguridad ni estabilidad en su seguimiento, porque el Hijo del hombre, Jesús, no tiene donde echarse a reposar. Seguir al Cordero dondequiera que vaya es experimentar que nuestros programas no son siempre los programas de Jesús y nos lleva, como a su apóstol Pedro, a donde no queremos ir. Para estar comenzando siempre, muchas veces Ignacio nos hace pedir la gracia de no ser sordos a su llamada sino estar dispuestos y ser diligentes en cumplir su santísima voluntad (Ej. Esp., 91).

El segundo discípulo quiere recomenzar de Cristo, pero sólo tras sepultar a su padre, ceremonia que en una familia oriental puede exigir tiempo y fatiga. Ante esta petición comprensible, Jesús reacciona con una contestación radical: sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos. Extrañas palabras, ya que son los vivos quienes se encargan de los funerales. Sin embargo, quien no ve más allá de una sepultura, quien no cree que también en la muerte Jesús es la vida, permanece como un muerto que sin esperanza, sin fe entierra a un muerto. De los que quieren recomenzar desde El, Jesús espera una amplia apertura sobre toda la existencia humana en su vida y en su muerte.

Y así el Evangelio nos presenta a estos dos discípulos deseosos ciertamente de recomenzar desde Cristo y de seguirle por el mundo en su misión; pero Jesús les recuerda que el entusiasmo en su seguimiento por todas partes implica siempre una renuncia. San Ignacio comprendió bien la enseñanza de Jesús cuando resumió así las palabras de Jesús: «Piense cada uno que tanto se aprovechará en todas cosas espirituales cuanto saliere de su propio amor, querer y interese» (Ej. Esp., 189). Aquí Ignacio no habla a una élite espiritual, sino a cada uno y cada una que quiera partir de Cristo continuamente, bien consciente de que dicho seguimiento del Señor para ir por el mundo, implica elecciones concretas para enmendar y reformar la propia vida y el modo de vivir en la propia familia y profesión, en los gozos y penas de su vocación laica, religiosa o sacerdotal.

Para andar en misión se ha de renunciar … No hay duda de que siempre nos asaltará la tentación de decir como los pescadores de Galilea: Maestro, hemos fatigado toda la noche y no hemos cogido nada. Pero, según San Ignacio, el apóstol es precisamente el hombre de la noche que no se contenta con esperar el alba del nuevo día, sino que a la luz de la fe responde a la llamada del Señor y con sencillez deja tras sí la costa con su seguridad y sus garantías, para salir hacia lo que es desconocido para nosotros pero conocido para Dios, diciendo: en tu palabra echaré las redes.

«Duc in altum”: partid valientemente con las velas desplegadas al soplo del Espíritu. Como el Padre envió a Jesús, el Señor manda a sus discípulos en misión. San Ignacio estableció la misión no como empresa misionera, no como empresa evangelizadora, sino como trato familiar, como «estar con» Jesús en misión, como compañeros y servidores de la misión de Cristo. San Ignacio insistía en su invitación a sumarse a la labor misionera no como contrato de trabajo, sino como sí personal y gratuito a la persona de Jesús. El «duc in altum» comienza y recomienza a partir de Cristo, porque él es quien nos envía en misión a los hombres y mujeres de nuestro tiempo para ayudarles – repetía San Ignacio – a encontrarse personalmente con Quien se halla amorosamente en el comienzo y fin de toda vida. En esta fiesta de San Ignacio, pidamos que esta participación en el cuerpo y sangre de Cristo confirme en nosotros la misión de salir, partiendo siempre de Cristo, para que nada separe nuestra labor, nuestra responsabilidad misionera del Espíritu de Jesús.

Descubre las otras homelías aquí.

Written byÉcrit parEscrito porScritto da Peter Hans Kolvenbach SJ
Peter Hans Kolvenbach SJ (30 de noviembre de 1928 - 26 de noviembre de 2016), jesuita holandés y vigésimo noveno Superior General de la Compañía de Jesús.

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