Sufrimiento redentor. Un testimonio de mi conversión…
Este artículo se publicó por primera vez en el Anuario de los Jesuitas de 2021. Puede encontrar el Anuario completo siguiendo este enlace.
El 21 de febrero de 2014, cuando me dirigía a presidir la Eucaristía de la fiesta en la parroquia de Vannampatti, cerca de Dindigul (Tamil Nadu, India), un camión que iba a toda velocidad me derribó de mi motocicleta. Mi mano derecha quedó inutilizada y mi cuerpo cubierto de heridas. Me sometí a diez operaciones en el transcurso de cuatro años y tuve que soportar un dolor neuropático continuo durante la recuperación. ¡Todavía no estoy recuperado del todo! «¿Cómo respondió usted a una adversidad tan grande a los 41 años? ¿Cómo pudo funcionar eficazmente durante este prolongado período de convalecencia? ¿Qué le hace esperar paciente y alegremente?». Estas eran algunas de las preguntas que me hacían los que me visitaban.
Esta es la historia de mi viaje interior y mi transformación. En la cama del hospital, totalmente indefenso, en un estado mental confuso y sufriendo un dolor físico insoportable, muchas preguntas, dudas y ansiedades me pasaron por la cabeza. «Ya sé que Dios lo sabe todo, pero ¿está ahora triturando mi fe? Dios me salvó de las garras de la muerte, pero ¿cuál es su intención última al hacerlo? ¿Cómo está trabajando en mí a través de estos acontecimientos?». ¡No era capaz de percibir positivamente la intención salvadora de Dios en este evento devastador!
Durante este prolongado período, experimenté al Señor de la Eucaristía cada vez más de cerca; esto produjo una significativa transformación de mi vida. Lo que ocurrió después hizo más profunda mi fe y mi confianza en los brazos protectores de Nuestra Señora. En dos ocasiones, celebrando la Eucaristía, experimenté el toque sanador de nuestra Madre, María, al sentir una fuerza espiritual interior atravesándome desde la coronilla hasta los pies. El Señor de la Eucaristía se hizo parte de cada tejido de mi cuerpo roto y su sangre reanimó las venas y nervios rotos. Esto recargó mi espíritu para estar en paz con el dolor y conseguí la fuerza espiritual para decir «Sí», al igual que nuestra Madre, a la voluntad de Dios, que necesariamente incluía dolor, agonía y sufrimiento. Estas experiencias me permitieron afrontar el viaje de la vida con una fe robustecida.
A medida que pasaban los días, fui creciendo en la confianza en el Señor de la vida. Empecé a identificarme con el personaje de Job y sus palabras de agonía se hacían eco de mi situación. ¡Afirmaba las huellas de Dios en mi vida durante sus días más oscuros! Me recordaba a mí mismo, «Dios me guía… incluso en mi dolor». La voz interior susurraba:
El dolor es, sin duda, una realidad pasajera.
Sí, lo es, y siempre lo será.
No tiene poder para aplastar o derrotar.
Afirma el espíritu indomable que hay en tu interior.
Comprende el poder del Señor resucitado…
¡Cree y vencerás!
Es innegable que la realidad de los sufrimientos solo se convierte en algo significativo a través de la óptica de la dimensión espiritual. Las vibraciones divinas positivas configuraron mi actitud, mi visión del mundo y mis perspectivas, llevándome a un cambio interior, a purificar mis preocupaciones, convicciones y compromisos. Aprendí que Dios no arroja sobre mí una carga que no sea capaz de soportar. Si las pruebas me salen al paso, debo someterme a él. Mi alma susurró:
Ponte los zapatos…
Es hora de que te pongas en pie para la misión asignada…
Debes abrazar la segunda vida que te otorga tu Creador.
Sigue adelante con una pasión mayor aún por tu misión.
Este percance no es un obstáculo, nunca lo es.
Así que, remonta el vuelo sobre las cosas negativas que te agobian.
Ancla tu fuerza de voluntad, tu determinación y tu confianza en ti mismo
en la fe en aquel a quien pertenece tu vida,
porque él te elevará hasta el cielo…
Afirma la energía espiritual en tu interior,
el coraje de crear y de ver la oportunidad,
de aprovecharla y poder dar forma al futuro.
Prosigue tus estudios con firme dedicación.
Usa tus manos, tu mente y tu corazón.
Emplea tu imaginación y tu coraje y arriésgate.
Ningún dolor, ninguna adversidad puede detener tu viaje…
Tómalo, levántate, y enfréntate a tu mundo…
He aprendido que cuanto más me esfuerzo en asumir riesgos y desafíos razonables, mejor uso hago de los talentos que Dios me ha dado. Porque el miedo mina la autoconfianza con la duda. En el momento en que me lancé a la acción –conducir un coche, pasear por el campo, barrer el suelo, escribir la tesis doctoral con la mano izquierda mientras la derecha se apoyaba inerte en un cabestrillo– noté una mejoría en mi seguridad en mí mismo y en mi determinación. Afirmaciones rebosantes de fe empezaron a dar forma a mis percepciones, patrones de pensamiento y convicciones. Las vidas de san Ignacio de Loyola y del santo Padre Pío me impactaron positivamente y me inspiraron a superar la desesperación y la depresión.
Rodeado de gente que tiene una visión del mundo en la que el dolor es una señal de la maldición de Dios, sintonizo con el tiempo de Dios y me doy cuenta de que en su tiempo todo es hermoso. La mejoría de mi brazo avanza muy lentamente, ¡puede que me lleve todavía unos cuantos años más! Hasta entonces, tengamos paciencia… Porque creo en un Dios que hace milagros incluso a través de los contratiempos… Porque el sufrimiento, aceptado como parte del misterio de mi vida, se convierte en un sufrimiento redentor, incluso cuando hay tanto dolor e incapacidad.
Traducido por Ramón Colunga